Por Inés Montiel Higuero
La vida es frágil, como el ser humano mismo. Generalmente no pensamos en ello, pero forma parte de nuestra esencia más íntima. Aunque en el día a día no seamos conscientes, somos vulnerables. La salud y la enfermedad son los dos extremos de la misma cuerda, dos polos inseparables; un polo nos da la posibilidad de disfrutar, mientras que el otro nos permite crecer. Pero siempre en el centro de dos extremos encontramos un punto intermedio: el bienestar. Nuestro nivel del bienestar depende en esencia de nuestra actitud, de cómo seamos capaces de vivir nuestra salud o nuestra enfermedad; para ello debemos realizar un trabajo personal que nos lleve a disfrutar de cada instante, saborear cada segundo, ser agradecidos, buscar y dar siempre lo mejor de nosotros mismos. Cultivemos nuestra actitud ante los acontecimientos del día a día (que no siempre son los que nos gustarían), para conseguir siempre nuestro máximo nivel de bienestar.
-Era una mañana soleada, había salido de guardia y me encontraba dando un paseo con mi perro por el campo. Podía disfrutar de unas vistas espectaculares desde donde me encontraba: campos verdes y al fondo el azul intenso del mar que se llegaba a confundir con el cielo. La temperatura, ya tibia, me permitía recibir los rayos de sol en los brazos y en la cara. Queen, mi perra, corría a mí alrededor sin parar. La vida era maravillosa.
De repente sentí un intenso dolor en mi tobillo izquierdo, al tiempo que caía al suelo. Un poco aturdida, sin saber bien qué pasaba, me senté e intenté incorporarme, pero el dolor me lo hacía imposible. En poco tiempo me encontré con una bota de fibra de vidrio en mi pierna, unas muletas para desplazarme y la indicación de reposo con la pierna en alto.
Era el peor momento para tener que parar por la enfermedad (bueno realmente no hay ningún momento adecuado), pues en los siguientes días tenía que dar respuesta a importantes compromisos laborales adquiridos hacía meses. Me encontraba en un buen momento de desarrollo profesional, se empezaban a materializar muchas posibilidades por las que había luchado duro hasta ese momento y parecía que tenía que posponer algunas cosas durante varias semanas.
A pesar de todo y con la ayuda de las personas que me quieren, conseguí continuar, más o menos, mi ritmo frenético de trabajo. No aproveché la oportunidad para cuidar mi salud (la enfermedad, bien interpretada, es una oportunidad para mejorar) y lo que se podía haber solucionado en poco tiempo, siguiendo las recomendaciones oportunas, se convirtió en una larga y penosa enfermedad que consiguió paralizarme durante nada más y nada menos que dos largos años. Por el sobresfuerzo realizado dada mi actitud ante el accidente, se comenzaron a suceder diferentes síntomas y signos que derivaron en el diagnóstico de siete hernias discales en la columna. Durante los siguientes tres meses (que viví tan intensamente hasta el punto que me parecieron tres años) se sucedieron exploraciones, pruebas y visitas a distintos profesionales y se barajaron diferentes diagnósticos: tumor cerebral, esclerosis múltiple, etc.; todas posibilidades terribles que progresivamente iban minando mi moral y mi capacidad de lucha y respuesta.
El final de este camino tortuoso fue vida de reposo, nada de actividades que pudieran implicar esfuerzos físicos, un corsé de inmovilización en la columna y toneladas de fármacos. Todo esto con 38 años, una vida por delante y en pleno despegue personal y profesional. La consecuencia casi natural que se podía esperar sucedió y la depresión terminó de aniquilar mi capacidad hasta de pensar. Sin embargo, fueron los largos paseos por la playa los que me permitieron reencontrarme con mi esencia y tomar la decisión de buscar un camino de sanación y así fue cómo la integración de la medicina alopática con fisioterapia y terapias alternativas, junto a los cuidados y el amor de mi familia, pareja y amigos, consiguieron que en mí creciera, de nuevo, la semilla de la vida.
Pasaron los tiempos de silencio, de no entender nada, de lucha sin descanso contra la enfermedad. Hoy sigo teniendo siete hernias, sigo viviendo con el dolor, pero vivo una vida tan normal y con tantas o tan pocas restricciones como la de cualquier persona. Muchas cosas han cambiado en estos años (ya van a ser ocho y contra todo pronóstico no estoy inmovilizada). He aprendido mucho, incluso me atrevería a decir que soy un poco mejor en lo personal y mucho mejor en lo profesional (ahora, como médico soy capaz de entender mucho más a mis pacientes), pero sobre todo, he aprendido que mi nivel de bienestar no depende de mi nivel de salud ni de la gravedad de mi enfermedad, mi bienestar depende fundamentalmente de mi actitud ante los acontecimientos que me suceden.
¿Cómo me "siento" en el otro lado de la mesa? Cómo médico que atraviesa un proceso de enfermedad me he cuestionado paradigmas científicos, emociones, hábitos, capacidades y habilidades. El camino recorrido me ha permitido recuperar la esencia de mi vocación y retomar la palabra como arma terapéutica fundamental. Sentada en "el otro lado de la mesa", experimento la importancia de la comunicación entre cualquier profesional de la salud y yo como paciente. Ahora "siento" el poder de las palabras de estímulo, de las palabras creadoras de ambientes de empatía, de las palabras que son capaces de proyectar y crear futuro de bienestar - .
A través del Coaching para la Salud te propongo un camino de trabajo profesional y personal para ayudar a tus pacientes a que aumenten su experiencia de bienestar, sea cual sea su nivel de salud o de enfermedad. Donde tu paciente quiera llegar depende, en gran medida, de su actitud y tu trabajo; como profesional, consiste en ayudarle a encontrar su máximo potencial.
Inés Montiel Higuero es coach personal y se dedica al sector de la salud.