Violencia desmesurada provocada por
decenas de jóvenes contra otros jóvenes, contra el mobiliario urbano, contra sus
propios profesores y padres, o contra sí mismos a través de conductas
autodestructivas como pueda ser el consumo abusivo de drogas. Violencia en el
ámbito escolar: bien entre alumnos (el 2,5% de nuestros escolares, entre los
12 y los 16 años, esta siendo acosado por algún compañero, según el Centro Reina
Sofía),bien de estos hacia sus profesores. Violencia en el trabajo:
amenazas, humillaciones, en definitiva, acoso laboral que, sufre el 8% de los
trabajadores de la Unión Europea.
Violencia de género de las que todas las
semanas enterramos al menos a una víctima. Violencia en el asfalto, que nos
conduce también a los cementerios. Bestialidades infringidas a menores, alguna
de ellas todavía demasiado reciente y con algunos ribetes, que todavía la hacían
más deleznable. Violencia en Internet, en el que a tan solo un clic de ratón,
uno puede adquirir intimidación a la carta. Violencia con la que se tratan entre
sí los políticos que nos gobiernan. En definitiva: violencia en las calles y
violencia en las instituciones, fauna y flora de los noticieros diarios.
Una de las expresiones de violencia
que más preocupa es, la que tiene lugar en las aulas, ya que es la fuente más
directa de malestar de cientos de profesores, que todos los días se tienen que
enfrentar a una clase, en la que cuatro o cinco menores imposibilitan el
correcto desarrollo de la misma, exigiéndole al docente a que dedique más tiempo
en velar por el orden y por mantener una disciplina, que a impartir las materias
del currículo académico. Aún con todo, demasiado a menudo, las escuelas aparecen
cada vez más en las páginas dedicadas a sucesos, que en las secciones de
cultura.
Hoy en día, parece que la violencia
se ha convertido en el modo a través del cual uno dirime sus diferencias con sus
congéneres, sea cual sea este el ámbito en el que se solventen.
Parece innegable que cierto nivel de
conflicto, es inherente a las relaciones en el ámbito educativo, en las
relaciones personales, en las relaciones laborales, así como en la familia y por
extensión en la sociedad, sea cual sea la célula que examinemos; lo que no
parece tan innegable es, que la violencia haya de ser el modo de resolución de
estas diferencias. Sin embargo a nadie pasa desapercibido de que es el preferido
por algunos, y por el que, como sociedad, estamos pagando una factura demasiado
alta.
Desde distintos ámbitos se trabaja
para lograr la disminución de la violencia: leyes y juzgados de género, leyes de
riesgos que pretenden prevenir el mobbing, acciones en la escuela que buscan
atajar el bullying, instalación de cámaras de video para pillar a los agresores
y ponerlos ante la justicia, endurecimiento de las normas de conducción, de las
penas por tráfico de drogas, y hasta propuestas de cadena perpetua para los
agresores sexuales de menores. Sin embargo, a juzgar por los resultados, parece
que este no es el camino mas recto.
Mucho más encaminados parecen estar
todos aquellos que dicen que tanta respuesta violenta es fruto de un
“analfabetismo emocional” que parece ir en aumento, y que un coeficiente
emocional elevado es tan importante en el desarrollo de una persona (o más), que
un coeficiente intelectual elevado, y que, en contra de lo que se suele pensar,
estas capacidades emocionales, se pueden y se deben enseñar. Y nunca es
tarde.
Porque la respuesta violenta siempre,
e inequívocamente, nace del desconocimiento de uno mismo, del no querer
responsabilizarse de lo que uno está viviendo, de no querer mirar para adentro y
siempre culpar afuera, de no aceptarse a uno mismo al cien por cien, de una baja
autoestima, de una ausencia total de empatía. Algo tan evidente, y que siempre
ha sido el principal indicador de lo que siempre se ha denominado “madurez”,
ahora conviene rescatarlo y recordarlo, ya que proliferan los que necesitan
constantemente del reconocimiento y admiración ajena, los que requieren atención
constante, los ególatras, los que hacen depender su bienestar de sentirse
importantes, los que piensan que su pareja es una propiedad, por supuesto suya,
los que, en definitiva, son incapaces de ponerse en el lugar del otro.
Hace poco, el profesor Sanmartín,
director del Centro Reina Sofía era preguntado por este auge de la violencia en
las respuestas que daban los jóvenes, y respondía: “si no se ponen límites en el
ámbito familiar se crean tiranos, egoístas y seres sin escrúpulos capaces de
cometer atrocidades”.
Para todos los que estamos más
creciditos, siempre nos queda la reeducación, para desarrollar nuestra
Inteligencia Emocional, entrenando mucho nuevas habilidades y capacidades, para
enfrentar los problemas normales de nuestras vidas sin necesitar hacer uso de la
violencia.
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