Es curioso observar, siendo
benevolente al utilizar el término “curioso”, cómo paralelamente a la evolución
de los sistemas y modelos deportivos, no sólo a nivel institucional, de
inversiones, o de recursos, sino también de infraestructura y gestión, se ha
producido una relación inversamente proporcional respecto a este fenómeno y los
poderes del entrenador.
Tiempo atrás - y me centro ahora
en el modelo social de nuestro país - los clubes deportivos y los equipos, en
general, centralizaban toda la toma de decisiones en una figura: el entrenador.
Esta figura, no sólo se encargaba de entrenar y optimizar el rendimiento de sus
deportistas, sino también de fichar, ojear, hacer seguimiento de rivales,
asesorar, negociar, reunirse con la junta directiva, entre otras actividades.
Esto hacía del entrenador el alma del proceso, cuyos colaboradores únicos eran
el inseparable utilero y el infatigable masajista.
Con el tiempo, empezó a aparecer
una serie de roles colindantes a la figura del entrenador, papeles que en un
principio fueron poco menos que razonables para especificar el proceso y darle
ayuda al míster, el segundo entrenador y en los más avanzados, el preparador
físico.
Pero claro, si nos ponemos, nos
ponemos bien… Así que empezaron a caer una a una las siguientes figuras:
entrenador de porteros, nutricionista, fisioterapeuta, osteópata, ojeadores,
secretario técnico, director deportivo, jefe de prensa, médico, de manera que el
entrenador ya no tiene que entrenar a un equipo de deportistas, sino que ahora
tiene dos equipos al precio de uno.
Es evidente que no todas las
estructuras deportivas tienen el potencial de albergar semejante fauna laboral,
pero si hablamos de alto rendimiento, los tiros van por ahí. Cada uno de estos
nuevos profesionales de la realidad deportiva ejerce una función específica
dentro del club o de la estructura federativa de la que estemos hablando, lo que
facilita la posibilidad de obtener mejores resultados y mayor rendimiento del
atleta (o al menos nos debería acercar a ello que, en definitiva, es el objetivo
esencial).
No obstante, y de manera
paradójica, cuanto más se facilita dicha posibilidad, y más herramientas y
ayudantes se le brindan al entrenador, en definitiva, cuanto más rodeado de
cuerpo técnico está nuestro querido entrenador, más solo se siente. ¿Cómo es
esto posible?
Nos encontramos con un modelo en
el que el entrenador se está convirtiendo básicamente en un ALINEADOR, es decir,
un persona que cada semana, o al llegar un evento deportivo determinado, se
encarga de elegir a un puñado de jugadores, de hacerlos competir y, si conviene,
hacer los cambios pertinentes.
Pero claro, tenemos a un
entrenador que ya no ficha a los jugadores, para ello está el director
deportivo; el entrenador tampoco gestiona y negocia con la junta, ya está el
secretario técnico para hacerse cargo de esa tarea; tampoco puede entrenar con
su equipo al completo; los agentes, las marcas publicitarias y los compromisos
comerciales están al acecho, debe controlar los comentarios y sus actos, porque
el segundo entrenador es hombre de la casa y, por tanto, está en contacto
directo con la junta directiva, entonces, ¿qué le queda? Y lo mejor de todo, lo más
“curioso”, es que cuando las cosas van mal, ¿quién es el primero en saltar por
los aires?, ¿quién es el eterno culpable?, ¿quién es el ÚNICO responsable de que
los resultados no favorezcan a su equipo? ¿Cuántos jugadores se van con él?,
¿cuántos miembros del cuerpo técnico lo siguen? Seguramente, y con suerte, uno o
dos de sus fieles, mientras los demás siguen a lo suyo.
Al entrenador se le pide que
delegue, que confíe, que trabaje en equipo y que escuche a su equipo técnico,
pero ¿alguien vio alguna vez el nombre del segundo entrenador en los periódicos
tras una derrota?, ¿o el del delegado, o el fisioterapeuta? ¿Cómo puede entonces
el entrenador gestionar dicha presión por el resultado con la dirección del
grupo de manera armoniosa?
Esta es la realidad del modelo
deportivo profesional de hoy y de nuestros sufridos entrenadores. Puesto que,
por desgracia, nos queda aun lejos el modelo anglosajón, en el que un
profesional no deja de ser malo por un puñado de resultados si realmente
demuestra que sabe lo que hace y está realmente comprometido con el proyecto y
sus deportistas, no nos queda más que invertir en la calidad profesional de los
entrenadores y directivos deportivos del momento.
El coaching es el remedio contra esta enfermedad, ya que la soledad se
cura. Y lo hace por medio de un respaldo profesional, elaborado y personalizado,
que le brinda al entrenador las herramientas necesarias para trabajar con sus
equipos, tanto de deportistas como de profesionales que le rodean, filtrando sus
conocimientos y canalizando su actitud con el objetivo de optimizar su trabajo y
su rendimiento.
Debemos conseguir que la presión
del resultado y del rendimiento se convierta en reto. Si somos capaces de que
nuestro entrenador disfrute de los desafíos, así como de las exigencias del
momento, y que en situaciones de máxima dificultad tenga la habilidad de emanar
paz, armonía y luz a sus jugadores y cuerpo técnico, estaremos llegando a la
excelencia de la dirección de equipos. Cuando el discurso complaciente se
convierta en hechos contundentes y efectivos, haremos de nuestro entrenador una
piedra, esa piedra de la que el gran Pablo Coelho nos decía que nunca nadie
podrá vencerla.
La analogía de Coelho dice que si
insultas a una piedra, no te responderá, que si la golpeas con una espada ésta
se romperá. El verdadero poder del entrenador debe llegar a ser como esa piedra,
que sin desenvainar ninguna espada y sin decir nada, puede demostrar que jamás
nadie podrá vencerle. El coach, bien trabajado, nos facilitará llegar a este
puerto.
Desde el coaching no podemos
hacer que la pelota dé en el palo, o que entre o se salga del aro después de dar
dos vueltas, o que tras tocar la cinta se quede en nuestra pista. Lo que sí
podemos hacer es que el entrenador se transforme en un profesional integral,
feliz con su trabajo y con una enorme capacidad para comunicar, enseñar,
transmitir y hacer equipo, y que todo ello se convierta en su llave más potente
para conseguir el éxito, y por encima de todo, combatir de manera eficaz la
soledad del entrenador.
(Pere García es Licenciado en
Educación Física y Deportes, Entrenador Nacional de Futbol, Master en Psicología
Deportiva y Coach Certificado Personal y Ejecutivo por TISOC. Ha trabajado siempre en el ámbito deportivo, entre otros
en el F.C. Barcelona. Es coordinador de Coaching Deportivo en TISOC).
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