sábado, 27 de julio de 2013

Nunca sabemos cuán altos somos

S. V a.C, la ciudad de Tanagra conmemora que, en su pasado mitológico, fue asediada y se encontró sitiada por un ejército aparentemente muy superior en fuerza física a las defensas con las que cuentan sus habitantes. Aquellos, sorprendidos en pleno sueño, pávidos y atemorizados corrieron de un lado para otro sin saber muy bien qué hacer, si prepararse para la lucha o disponerse a la muerte, o ambas cosas. Extramuros, el ejército atacante no cesaba en su empeño por hacerse con Tanagra, y los alaridos de afuera iban bloqueando cada vez más a sus ciudadanos.

Todos observaban atónitos como el joven Hermes, en un paroxismo de terror, cogía un carnero, se lo echaba sobre los hombros, y comenzaba a dar vueltas alrededor de la ciudad atacada desde el exterior. El ritmo, en un primer momento acelerado, se iba tornando más sosegado, y una mueca de placidez iba poseyendo su cara. El desconcierto de la población era tan grande, y el terror tan intenso, que de forma instintiva se fueron situando tras de él, llevando consigo inciensos y flores, en una especie de romería. Del reconocimiento del miedo nacieron los cantos y de la unión de cada una de las voces de los procesionados que entonaban una canción distinta, surgió un sólo canto coral que a todos gustaba, y para todos significaba.

Cada uno de los ciudadanos se sintió en el lugar del carnero que Hermes portaba sobre sus hombros, y experimentaron la confianza de que esto les dispondría espiritualmente para lo que no estaban preparados instrumental y físicamente. El mundo material se tocó en un lindero con el mundo espiritual, y Hermes, dios mitológico de las fronteras y mensajero entre dioses y humanos, vino a recordar a los atemorizados que la fuerza precisaba de su suplemento para convertirse en Poder. Año tras año, Tanagra evoca aquella epopeya.

S.XXI d.C. Tanagra somos todos. La presa ahora son los muchachos y muchachas, mujeres y hombres, que psicológicamente estamos como dormidos, adormilados. Dentro de cada uno existe un primordio, aparentemente débil pero que lucha por convertirse en un Ser completo. En lo más íntimo de nuestras personas vive Lo que se caracteriza por Ser aquello que Será, y por lo tanto que precisa de una seguridad espiritual para convertirse en Poder.

El primordio, potencial fuerza máxima, ha dado en llamarse de muchas maneras: Self, Ser, Espíritu, Ello, Conciencia, Arquetipo Divino, e independientemente de la nomenclatura, se refiere a aquello que es esencial a toda persona y que de forma indestructible viene definido por: Amor incondicional, Sabiduría perenne, Salud imperecedera y  nítida Creatividad. Pero al otro lado de nuestra Tanagra, y asediando se encuentra el Ego, el Yo, la personalidad en el sentido etimológico de la palabra (careta), aquello con lo que nos sentimos identificados, pero no representa lo que Somos.

Si el miedo nos ha desposeído, si la turbación ha hecho que perdamos el sentido en la vida, en definitiva, si la espesa niebla del ego ha ocultado el Ser, se da un  importante caldo de cultivo para síntomas, como las dependencias o la ansiedad, que nos avisan de que hemos perdido el camino. Víktor Frankl, desde un enfoque humanista de la psicología reflexionaba en una entrevista: “Lo esencial de la condición humana es el hecho de autotranscenderse, el que haya algo más en mi vida que no sea mi yo(…) esto se olvida (…) y este es el error fundamental, digamos existencial, de todo tipo de malestar emocional. La gente, a partir de una falta de sentido en la vida, se crea en su interior una sensación de sentido meramente subjetiva.”

En esa pérdida de sentido, como si de una espesa niebla o una profunda ceguera se tratara, la persona pierde el referente de su Ser, cosificándose en lugar de transcendiéndose, que es el objetivo del primordio innato: Ser lo que Será. Consiguientemente como fruto de la insatisfacción que supone la pérdida de sentido, el quebranto de la autenticidad, aumentan las ganas de una satisfacción inmediata, narcótica y anestésica, que no solamente ofrecen las drogas, sino que puede ser buscada en las relaciones interpersonales, generando relaciones basadas en la dependencia afectiva; en la búsqueda de lo material, perpetuando una vez más el círculo de la insatisfacción del ego, ya que como nos recuerda un antiguo proverbio chino: “tratar de apagar los deseos mediante la posesión es pretender apagar el fuego con la paja”; o a través de cualquier otra dependencia psicológica, que tenga como único fin la utilidad y el hedonismo. En este marco, las relaciones con los demás están basadas en proyecciones de mis carencias, fortalecimiento de la imagen de mi ego, aparición de emociones displacenteras y advenimiento de la ansiedad. Ni que decir tiene que en este campo no crece el amor, no progresa la sabiduría, no prospera la salud, y desaparece la autenticidad y creatividad, en fin, las relaciones sociales dejan de ser sentidas como gozosas. En el mundo laboral, todo se vuelve tortuoso.

El sufrimiento surge de la resistencia a aceptar que fue ese el camino que me llevó al otro lado de la frontera, o dicho de otro modo: lo primero que recomiendan para salir de un agujero, es dejar de cavar. Emily Dickinson describía muy bien la emoción de cualquier persona que retoma con la difícil labor de aumentar sus áreas de conciencia, y comienza a ver frutos: “Nunca sabemos cuán altos somos, hasta que nos piden que nos levantemos.”

Dionisio Contreras Casado
Educador Social. Experto en Drogodependencias. Formador de Inteligencia Emocional.

 

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