lunes, 7 de julio de 2014

No hay edad para aprender




No hay edad para aprender cuando se tiene interés y voluntad para hacerlo.

No me refiero a empezar una carrera universitaria o un oficio a una edad madura, sino a estar en “modo aprendizaje” cada día.

Asociamos la palabra aprender a un sentido académico, pero aprender es más que eso. Cada día se aprende algo nuevo, pero sólo somos conscientes si estamos abiertos a ello. Aprendemos de lo que vemos, oímos, sentimos, de lo que nos preguntamos y pensamos. Aprendemos de nosotros mismos.

Me gusta esta definición de aprendizaje: “El aprendizaje es el proceso mediante el cual se adquiere una determinada habilidad, se asimila una información o se adopta una nueva estrategia de conocimiento y acción.”

Suelo decir que soy emprendedora, pero sobre todo soy “aprendedora”. Y he llegado a esa conclusión porque muchas cosas de las que hago las he aprendido por propia voluntad, evidentemente nadie me ha obligado. Pero me refiero a que ha sido una elección constante y consciente.

Me encanta decir que “si otros pueden, yo también”. Cuando admiro a alguien por lo que hace y cómo lo hace, pienso que es un ser humano como yo, y eso me motiva a pensar que yo también puedo aprenderlo.

Un factor muy importante es que eso que quiero aprender sea algo que me guste, que me motive o que necesite para avanzar y mejorar en mi trabajo. Algo por lo que sienta interés y admiración, aunque me dé un poco de miedo.

Se mezclan el atrevimiento, la inseguridad, las ganas de mejorar y un “no sé si seré capaz”. Pero es lo normal cuando hay un reto, algo que superar.
Esto en cuanto a aprender algo concreto y tangible, algo que pueda medir con resultados.

Pero hay otros tipos de aprendizaje más sutiles y poco comprobables. Es más un aprendizaje de observación de lo que ocurre a mi alrededor. Me encanta quedarme con lo mejor de cada persona. No siempre soy capaz de hacerlo, pero sí me lo “apunto” como modelo o ejemplo.

Aprendo de mis hijos y de mi marido, aprendo de mis padres y de mis hermanos, de mis amigos y mis compañeros. Aprendo comportamientos, hábitos y costumbres que admiro en otras personas. Y vuelvo a pensar: “si ellos pueden, yo también”.

Aprendo de la generosidad, de la paciencia, de la comprensión, de la empatía, de la responsabilidad, de la voluntad, de la capacidad de ayudar, de todo eso que hace a una persona mejor.

En definitiva, aprendo de los demás, ya sea a través de libros, de internet o del contacto directo con las personas que me rodean.

Todos tenemos algo que recibir y algo que dar, algo que aprender y algo que enseñar.

¿Cuántas cosas te gustaría aprender?

¿Qué es lo que admiras en otras personas?

¿Has pensado en empezar a hacerlo?

¿Qué te impide comenzar a aprender?

¿Crees que tu edad es un impedimento?

Dicen que la mejor manera de aprender es enseñando. Tú también puedes enseñar aquello que haces bien, siempre habrá quien quiera aprender lo que tú dominas.

Cambia la palabra aprender por enseñar en las preguntas anteriores y quizá encuentres una nueva motivación en tu vida, y quién sabe si un nuevo trabajo y fuente de ingresos. Depende de ti.

No hay excusa para dejar de soñar y ponerle acción a tus sueños.

Cuando perdemos el afán de superación, la vida pierde sentido y empezamos  a morir.

Los niños de la planta de Pediatría del Hospital General de Elche tienen en sus manos 35 nuevos cuentos firmados por Benita Martín, paciente del centro, que con 91 años hace tan sólo dos que aprendió a leer y escribir. El afán de superación de esta mujer ha hecho posible que en tan sólo 24 meses, Benita haya escrito más de una treintena de cuentos, sus memorias, un libro, dos novelas y ahora esté redactando un refranero español.”

Por 
Mª Victoria Martínez Lojendio

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