Por
Dionisio Contreras Casado
En
los últimos años, hemos culpado a la “mala
comunicación” de
gran parte de los problemas que ahora tenemos, y en ese sentido se ha
dicho que el estrés laboral tiene su origen en la mala
comunicación,
que los problemas de los jóvenes son debidos a la mala
comunicación,
que en más del 40% de las familias existe mala
comunicación entre
sus miembros (estudio Jóvenes
y Valores de
la Obra
Social de La Caixa),
o atribuimos a la mala
comunicación la
casi totalidad de las rupturas afectivas. Pareciera una de las diez
plagas bíblicas.
Pero
¿qué es la mala
comunicación? Curiosamente,
y como suele ser habitual, cuando tenemos la causa identificada, lo
que ocurre es que no se conoce bien la naturaleza de la misma, y en
este sentido, es muy complejo definir qué favorece una comunicación
interpersonal precaria. No obstante, si es necesario aplicar en
distintos ámbitos, una serie de teorías que vengan a prevenirnos de
ella, en los ambientes más afectados.
Hay
muchas más barreras en la comunicación de las que a priori
podríamos considerar, de manera que, no es excepcional que entre lo
que quiero decir, lo que digo, lo que se oye, lo que se escucha y lo
que finalmente es puesto en práctica se degrada la comunicación, en
ocasiones, de tal manera, que se torna imposible entenderse con algo
de coherencia.
Por
otro lado, es muy probable que en el desarrollo de una conversación
hayamos sentido, alguna vez, que nuestros propósitos entran en
conflicto con los de nuestro interlocutor, de manera que mientras
estoy intentando comunicar en un sentido, la intervención de mi
interlocutor es en otro nivel de comunicación totalmente distinto,
lo que hace casi imposible lograr cualquier tipo de conexión
saludable. Un auténtico lío.
Según
Miquel Bonet, presidente de la consultora de selección ABR-Action
Consulting “puede parecer que a veces nos expresamos mal
simplemente por evitar la verdad cruda, pero en muchos casos lo que
se consigue es precisamente no hacernos entender, que sería el único
fin de la comunicación, olvidando que en el mundo empresarial el
único sentido de la información consiste en hacerla productiva, y
si la ocultamos no nos vale”.
Pero
no todo el problema reside en el que intenta comunicar algo. A pesar
de situar, muy a menudo, como responsable de la mala comunicación al
emisor, se nos olvida que escuchar es el 50% de la comunicación
interpersonal, y que en esto, también tenemos mucha responsabilidad
como “escuchadores” del mensaje, ya que es muy común la
confusión entre escuchar y oír. La diferencia entre ambas es la
voluntad, de modo que escuchar implica una acción y una voluntad,
mientras que oír no exige voluntad alguna.
De
modo que, de la mala comunicación, (lejos de ser un mal que nos
sobreviene sin comerlo ni beberlo), podemos ser nosotros los
principales responsables. Un aforismo reza que “Dios nos dio dos
orejas y una boca, para que las usáramos en idéntica proporción”,
y es error muy común de los que se quejan de mala comunicación,
intentar por todos los medios ser comprendidos, antes de tratar de
entender ellos a su interlocutor.
El
escritor y humorista Alfonso Ussía, contaba en clave de humor, que
conocía a una mujer de la nobleza que presumía de saber hablar en
doce idiomas y saber callarse en trece, lo que le hacía tener que
estar verificando constantemente que lo que había escuchado era
correcto, y no pensar que había comprendido a la primera.
Pero
lejos de estar educados para escuchar a nuestro interlocutor,
paradójicamente, estamos entrenados únicamente para hablar bien en
público, para comunicarnos desde el punto de vista del emisor del
mensaje, para construir y expresar bien nuestras ideas. En el colegio
te enseñan a exponer temas, pero no hay clase de escucha; y hasta
hace muy poco, en el mundo de la empresa, a los directivos,
habitualmente bien entrenados para hablar en público, no se les
entrenaba sobre la capacidad de escuchar.
Sin
embargo, las ventajas de escuchar, en la comunicación interpersonal
son cuantiosas, ya que la escucha activa, permite operar desde una
base de conocimiento, accedes a que tu interlocutor te considere
adecuadamente conocedor sobre su punto de vista, y a nivel emocional,
te acerca a tu interlocutor, lo que va a facilitar la influencia
mutua; y cuando se alcanza un grado de comodidad comunicacional tan
elevado en una relación, sea del tipo que sea, la persona piensa de
modo más creativo, y comparte su pensamiento, sentimientos e ideas
con más entusiasmo.
Dionisio
Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias.
Formador de Inteligencia Emocional.
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