Por
Dionisio Contreras Casado
Parece
que todo no es
dinero, y en tiempos de crisis es conveniente tenerlo en cuenta.
La dedicación al trabajo o la creatividad personal de los trabajadores, son activos primordiales para las empresas, y así algunas de ellas, además del salario fijo, ofrecen a sus empleados, habitualmente a los directivos, retribuciones en especie o incentivos económicos, incluso stock options. Hasta hace relativamente poco este ha sido el único esquema de compensación, únicamente materialista. Una compensación material y financiera: pan para hoy y hambre para mañana.
Sin embargo, en la selección de determinados puestos de trabajo, hay un denominador común, y es que a partir de un mínimo de retribución económica, que los candidatos al puesto de trabajo consideren adecuado, estos mismos quieren que se hable de lo que vamos a denominar el salario emocional, y se decantarán por las empresas que les ofrezcan cierto desarrollo en esta línea.
Parece
que algunas empresas están comprendiendo que tienen que ser
competitivos para permanecer en el mercado, y que la competitividad
no es sólo una cuestión de precios, sino de valores añadidos al puesto que se ofrece, entre los que se encuentra el aprovechamiento
del talento del trabajador.

Viendo
que el sueldo ya no es lo más importante a la hora de permanecer en
un trabajo, uno de los desafíos de los directivos es motivar a sus
trabajadores individualmente y comprometer a su plantilla. Al ser
mucha la inquietud de los empresarios que pretenden evitar que se les
fugue un buen trabajador, han sido varios los estudios que se han
interesado por las variables que influyen en la motivación del
trabajador, y lo que los empleados citan como más importante a la
hora de fidelizar con una empresa son factores tales como la
formación ofertada, la relación con el superior directo, la
libertad de poder expresar ideas propias o sugerencias sobre el modo
de trabajo, oportunidades de promoción, retos laborales,
flexibilidad, buen ambiente laboral, o sentirse reconocido por el
trabajo que desempeñan.
Un
par de estudios recientes, sitúan en más de un treinta por ciento
el número de directivos que cambian de empresa cada dos años. Esto
supone, amén de graves pérdidas en lo económico, más graves en lo
organizativo (que acaban repercutiendo en la cuenta de resultados),
ya que se desaprovecha el Know-How, se dilapida la inversión en
formación, los costes de desarrollo, y un esfuerzo y un gasto en
volver a reestructurar la organización, aparte del desencanto del
personal de la empresa, que presencia como se van personas claves de
la organización, y ello puede acarrear una gran pérdida de
clientes.
¿Qué
empresa se puede permitir tener contratadas a personas insatisfechas,
habida cuenta de que la insatisfacción repercute en la cuenta de
beneficios?. Lejos de esto, a la cabeza de las empresas deben
situarse directivos emocionalmente inteligentes y sobradamente
humanos.
Miquel Bonet, presidente de la consultora de selección ABR-Action Consulting y consejero de comunicación del grupo Select, reflexionaba: “La fórmula podría ser simple, atrapemos el conocimiento de la forma más simple recuperando la comunicación y el diálogo, generando proactividad, implicando unos y otros, reinventando el viejo foro en las empresas, ya sea a través del trabajo en equipo, los grupos de calidad, workshops o la simple comunicación interna, pero esto sí, con un guión y una finalidad, porque nada funciona sin orden”.
Dionisio
Contreras Casado Educador Social. Experto en Drogodependencias.
Formador de Inteligencia Emocional.
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