Coaching y
solución de conflictos: el profesor de informática
Profa. Silvia
Díaz Dominguez
Hace unos meses
estaba impartiendo unas clases de técnicas de comunicación en un curso de
formación ocupacional para mayores de 45 años. El curso era de gestión
administrativa en el área de RRHH. Una de las asignaturas del curso era
informática. Ya hacía un tiempo
que se oían algunas quejas sobre el método de enseñanza del profesor de esta
área. El peso de estas quejas cada día cobraba más fuerza. Al ver que el
conflicto estaba a punto de estallar, hizo que en ese momento empezara a tomar
parte en el asunto.
Llegué una mañana y el ambiente
estaba muy alborotado. Le pregunté al grupo qué estaba pasando y así me
hicieron llegar su queja: "¡No
nos entendemos con el profesor de informática! ¡Estamos pensando en quejarnos
al director de la escuela!", dijeron.
En mi programa de clase, justo en
ese momento estaba tratando el modelo de conversación de coaching como un
estilo de comunicación muy efectivo, así que surgió la situación ideal para
poner en práctica la teoría. De esta forma, les propuse resolver el
conflicto por medio de este método.
El asunto ya lo teníamos y el
objetivo estaba claro: resolver esta situación para que no se alargara durante
más tiempo y las clases de informática fueran más efectivas, aparte de aliviar
el malestar que todo este tema estaba ocasionando.
¿Cuál era la realidad? ¿Qué estaba
sucediendo en ese momento?
Pedro, el profesor de informática,
era un chico joven, de unos treinta años. Estaba estudiando arquitectura y se
pagaba la carrera con las clases que impartía. Era la primera vez que daba
clases y se sentía cohibido delante de aquel grupo, cuya media de edad estaba
entre 45 y 50 años. Su forma de dar la clase era demasiado rápida para
aquellas personas que por primera vez tocaban un ordenador e incluso para
aquellas que intentaban ponerse al día. Daba muchas veces los temas por sabidos
y entendidos, y aunque concedía la oportunidad de preguntar de nuevo, siempre
respondía de forma algo cortante, por lo que finalmente nadie se atrevía a
preguntar.
Este hecho durante largo tiempo
había provocado que el grupo se sintiera cada vez más indignado, ya que se
sentían como si los trataran como inútiles y con poco respeto.
Estuvimos trabajando diferentes
opciones, desde lo que ellos necesitaban, como apuntes por escrito o un manual,
ir más despacio, repetir los ejercicios varias veces y que fueran más simples,
entre otras. A pesar de ello, seguían furiosos y querían hablar directamente
con el director y quejarse del trato de este profesor.
Ahí, entonces, vino la pregunta
clave. ¿Cómo se sentirían ellos si estuvieran en su lugar y la clase fuera a
quejarse al director de la escuela directamente? Entonces hubo un silencio, así
que proseguí: "yo
vengo aquí a daros clases y si no os gustara mi estilo o mi forma de
impartirlas, me gustaría que me lo dijerais a mí, pues así me daríais al menos
la oportunidad inicialmente de modificarlas y también de mantener mi
profesionalidad a salvo …."
Finalmente, de forma unánime, decidieron
hablar con él en un primer intento de reconciliación.
Ahora faltaba definir los siguientes puntos: qué, cómo, quién, cuándo y dónde.
Ahora faltaba definir los siguientes puntos: qué, cómo, quién, cuándo y dónde.
Decidieron que para hablar con el
profesor, tomara la vocería una de las personas que tenía más facilidad de
palabra y de exposición; este delegado le transmitiría al maestro cómo se
sentía el grupo en relación con la clase y lo que consideraban que necesitaban
(hicimos un pequeño ensayo). La conversación se llevaría a cabo en dos días,
cuando tendría lugar la próxima clase de informática. La charla se daría en el
aula y al inicio de la lección.
Dos días más tarde, al llegar a mi
clase, sin darme tiempo a preguntar nada alguien dijo:"¡Silvia,
ha funcionado!"
Todos estaban encantados, habían
seguido el plan tal y como lo habían planteado. Pedro, el profesor de
informática, les había escuchado atentamente, les dio las gracias por hacerle
llegar los comentarios y, sobre todo, por no haber ido por detrás, por la
espalda, y haberlo hablado con él directamente.
El cambio de actitud de ambas partes
fue tan notable que, a partir de entonces, el profesor adaptó las clases a las
necesidades del grupo, empezó a ir a tomar café con ellos a la hora
del descanso, empezó también a asistir a las comidas y cenas que éstos
organizaban durante el curso e incluso a las reuniones sociales cuando éste
finalizó. Las mujeres del grupo se sentían tan felices que hasta lo nombraron
"su hijo adoptivo"; ¡vaya, cuántas madres de repente le habían salido
al chico!
Lo cierto es que a veces me sigo
sorprendiendo de todas aquellas situaciones en las que el coaching puede llegar
a ser efectivo, desde los grandes cambios hasta las pequeñas cosas del día a
día que hacen que nuestra vida sea mucho más sencilla y agradable. En este
caso, un pequeño conflicto de comunicación podría haberse convertido en una
sanción al profesor de informática. ¡El coaching llegó a tiempo!
(La autora es facilitadora autorizada por TISOC en Coaching y
Formación en Habilidades Directivas.)
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